Adiós a Carlos Valero

18-01-19

El 21 de diciembre, oficializando la entrada del invierno y dejándonos el corazón sin bufanda, moría Carlos Valero, Carlos “el médico”, mi tío Carlos. 

Hoy, que se cierra este paréntesis navideño que ha teñido de cierta añadida irrealidad estos primeros días de ausencia, ahora que intuyo empieza de verdad el “después”, no puedo dejar de escribir estas líneas en las que lo primero que me sale es decir GRACIAS. 

Gracias a cada persona (y son muchas) que ha sentido tu pérdida (esto ocurre cuando quien muere se ha hecho querer y respetar, y en eso tú andabas sobrado), a todos los que siempre te recordarán con afecto. Mil gracias de corazón.

Gracias a ti, porque gracias es la primera palabra que me sale al pensarte. Gracias por la suerte infinita de haberte tenido en nuestras vidas, por haber tenido el privilegio de compartir un trozo del camino contigo. La lástima es lo corto que se ha hecho el viaje, lo fugaz de esta travesía.

Siempre he sabido que eras especial, el ascendente que tenías y el carisma que emanabas, siempre me he sentido orgullosa de ser tu sobrina, y me encantaba cuando, a lo largo de los años, coincidía con gente que, al enterarse de nuestro vínculo, me contaba cosas de ti y te ponía por las nubes. En estos días, claro, he confirmado aún más el papel que has tenido en la vida de muchos, que me han regalado historias agradecidas, anécdotas preciosas cargadas de un inmenso cariño hacia ti. Se me ha llenado la cabeza y el corazón, aún más, con la unanimidad en el criterio de la gran persona que eras (¡qué difícil este tiempo verbal!), del increíble profesional, lo que, siendo médico, redunda en lo mismo, en humanidad.

Qué difícil decir adiós, qué inentendible la palabra siempre, qué terrible el ya nunca. Ahora que empieza el día a día se intuye la magnitud de la ausencia y lo difícil de la vida sin ti… y pienso, claro, sobre todo en Ángeles, mi tía, y en David y en Carla, que nos han dado a todos (como tú) una enciclopedia de lecciones, y al pensar en ellos, te veo, y me doy cuenta de que, aunque va a ser muy difícil seguir sin ti, jamás te vas a ir, que te tenemos en ellos, y en miles de aprendizajes, anécdotas y detalles… estás en nosotros, en cada uno de quienes hemos tenido la suerte de ser tu familia.

Has muerto y aunque no logremos abarcar todo lo que supone, aunque tenemos un vacío que solo se irá mitigando de a pocos y jamás se llenará, sé que iremos tomando conciencia, aún más, de tu enorme dimensión humana.

Te vamos a echar mucho de menos, ya lo hacemos, y no solo nosotros, sé positivamente que dejas en cierta medida huérfanos a tus niños de la consulta, a muchos que, cuando tengamos mocos y dolor de garganta, ya nos sentimos como vaca sin cencerro al no poder acudir a ti para que nos recetes pectox lisina y dosis extras de cariño.

Vuela libre, tío, vuela. Formas parte de nosotros, y, aunque va a ser tremendamente difícil no poder tenerte aquí,  pensarte -siempre, siempre- nos arrancará una gran sonrisa entre las lágrimas. Qué suerte quererte, qué suerte.

Gracias, siempre gracias.

Ana Higueras Santander 

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