Un toro negro suelto por las calles

Redactado por: Miguel Fernandez
19-06-20

Ahora que el tiempo no lo contamos por horas, obligado a estar en casa…Después de hacer gimnasia, leer, escribir, oír música, pintar, hacer sudokus, tocar la guitarra, cocinar, hacer la casa, hablar con los hijos y los amigos por videoconferencia, oír las noticias y volver a oírlas… El día me da la oportunidad de ordenar las viejas fotografías, los libros, las películas, los discos, los CDs , y de revisar esos cajones que nunca abrimos. Con todo esto, mágicamente vuelven los recuerdos, las personas, los momentos que compartimos, las ausencias… Nuestra vida pasada se hace patente y alguien junto a ti, te pregunta ¨-¿por qué lloras…?

Hoy la he vuelto a ver en el cajón lleno de tiempo donde reposa; allí se quedo dormida el día que Antonio se fue.

Desde su silla de ruedas me llamaba…; En un rincón del jardín de la residencia de ancianos tocábamos a dúo un poco de “las espigadoras”, él con su armónica y yo con ésta que he encontrado hoy un poco oxidada y que siempre guardaba en mi bolsillo cuando tenía, por mi trabajo, que visitar su residencia. A la mitad cansado de forzar la respiración concluía con una escalera de notas desde los graves a los agudos a modo de chiflo de afilador y un “vamos a fumar” abría la puerta a sus días de juventud .

 Encendía un pitillo y me contaba cuando antes de ser tapicero, había querido ser torero, llegando a ser subalterno; y enseguida me contaba por enésima vez cuando salvó la vida a “Fortuna” en aquel quite de riesgo.

 El torero vizcaíno Diego Mazquiarán conocido por el apodo de “Fortuna” que se hizo famoso en 1928 por torear con su abrigo y matar a un toro bravo que se había escapado apareciendo en plena Gran Vía de Madrid.

 El morlaco había aterrorizado a comerciantes y peatones por las calles; Fortuna que paseaba con su esposa aquella fría mañana de enero se entretuvo toreando aquel toro hasta que un muchacho pudo traerle su estoque del hotel donde se hospedaba, concluyendo su faena con una limpia estocada que fue aplaudida con una lluvia de pañuelos blancos. Los allí congregados; cocheros y viandantes llevaron al diestro a hombros hasta un café de la calle Alcalá donde se brindo por su valentía y coraje. Aquel heroico acto le valió la Cruz de la beneficencia, medalla de mayor rango civil de la época y fue incluido entre los toreros que oficiaron la corrida de inauguración de la plaza de toros de Madrid en 1931.

Antonio era muy aficionado a los toros e incluso con 80 años, subía las empinadas escaleras de la grada del tendido del 3 en las Ventas para ver a sus diestros favoritos, hasta que aquel maldito accidente le postró en su silla y le obligó a verlos en la televisión.

Cada vez que volvía a aquella residencia nunca olvidaba mi armónica con la ilusión de verle. Aquel día pregunte por él, pero ya no estaba… Un toro negro como la noche lo encontró dormido y se lo había llevado.

Al llegar a casa, entre furtivas lagrimas, la dejé en el silencio oscuro del cajón, tal vez para que ninguna melodía posterior enturbiara el recuerdo del amigo y su zarzuela favorita quedara enredada en bucle entre lengüetas.

Hoy pienso que, como en la historia que me contaba Antonio, aplaudimos desde los balcones a diestros vestidos de blanco que torean como pueden a un toro negro suelto por las calles esperando un estoque que tarda en llegar. 

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