Miau

Redactado por: Julian Calvo
18-12-18

Don Pancracio, vivía en el campo, y lo que menos le gustaba ver eran los ratones que noche y día pululaban a sus anchas por todas partes. Como lo de los cepos, le parecía algo repugnante, decidió adoptar a tres gatos del lugar, que ágiles, enseguida se pusieron garras a la obra por toda la casa y el jardín, con el trabajo que mejor sabían hacer.

Los felinos, cumplían a la perfección su misión, manteniendo a raya aquella plaga de roedores y haciendo grata compañía a Don Pancracio, que agradecido, los alimentaba con sopitas de leche templada y la mejor comida gatuna, que podía encontrar. La compañía y ayuda mutua, logró rápidamente que aquellos gatos fuesen como su nueva familia.

Al principio, y con tanto ejercicio, sus nuevas mascotas eran gráciles y eficaces, merced al ejercicio de la caza diaria. Pero según pasaba el tiempo, iban prefiriendo la comida fácil que les ponía en cada platito, que trabajar cazando ratones y ratas, e iban engordando más y más; y cuanto más engordaban, más pereza les daba cumplir con su misión. Y con la falta de ejercicio, engordaban aún más, hasta ponerse como verdaderas pelotas con rabo y patas. Por tamaña obesidad, siquiera eran capaces de asearse con la lengua, como lo hacen todos los gatos, y empezaron a mostrar un aspecto sucio y desaliñado.

Los roedores ya pasaban delante de ellos riéndose de su aspecto e incompetencia, y cada vez eran más porque ya nadie les impedía multiplicarse y hasta comerse la comida de los orondos e torpes gatos, que impotentes, no les quedaba otra que verles hacer lo que querían.

Y como ya siquiera podían cazar y comerse los ratones, sentía hambre con frecuencia y no paraba de pedir más y más comida a su dueño, con un auténtico concierto de maullidos pedigüeños. Y aunque tuviera prisa para llegar al trabajo, don Pancracio ante tal escandalera, tenía que demorarse para volver a llenar sus platos.

Aquellos gatos, llegaron a tal punto de ansiedad, que en ausencia de su dueño acabaron robando la comida de la caja donde se guardaba o se ponían furiosos cuando no se la daba, bufando a Don Pancracio, hasta llegar a ser una auténtica pesadilla para este, que ya tenía unas mascotas desagradables, vagas, ariscas y molestas ¡Una verdadera carga!… y encima volvió a tener en su casa una plaga de roedores que paseaban burlones delante de aquellos gatos gordos y apáticos, sin ganas, ni fuerzas para perseguirlos

Así pues, Don Pancracio pensó que lo mejor que podía hacer con esos gatos inútiles, era dejar de darles de comer, sacarles de la casa, y desoír su chantaje de maullidos, Al principio fue muy duro, pero a las pocas semanas, la necesidad y el esfuerzo, les obligó a recuperar su buen aspecto y forma física, volviendo a procurarse el sustento ellos mismos sin decir ni miau, cazando y acabando con aquella plaga que tanto desagradaba a su aparentemente injusto amo, el cual entendió que poner las cosas fáciles a quien más quieres, no es precisamente lo mejor.

jcalvom@hotmail.es

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