¿Qué tal estás…?

Redactado por: Miguel Fernandez
20-09-19

A veces por necesidad de que nos escuchen, nos hacemos una imagen de alguien … le colocamos una profesión dentro de nuestra ficha mental y ¡ala…! a pasar consulta en medio de la calle.

 

Sabe que estudié medicina pero se olvida que nunca ejercí y que me he dedicado a mi segunda profesión durante más de treinta años, pero eso le da igual cada vez que me encuentra, después de mi ¿Qué tal estás? de cortesía, me cuenta sus dolencias; como le trataron de su úlcera de duodeno, como le han operado de la próstata o de esa molestia que tiene en la espalda. Yo pongo cara de póker y siempre acabo diciéndole ¡Deberías ir al médico…! más que nada, porque mis consejos después de treinta años de olvidada ciencia, no creo que le sirvan para nada.

Cuando alguien me pregunta ¿como estas?, siempre me acuerdo de mi amigo Gonzalo que aunque estuviera muriéndose de dolor de estomago respondía ¡De maravilla…Mejor que nunca! y cuando conociendo sus molestias estomacales le pregunte por qué mentía … me respondió 

-En la vida es necesario ese “puntito de cinismo” para contestar “Muy bien” a pesar de lo que te este pasando, porque si el que te pregunta es un amigo le vas a preocupar, sin que pueda hacer nada por solucionar tu problema y si es un enemigo, no me da la gana darle motivos para que se alegre …

Es curioso que en mi familia se mantuviera esa misma norma de no airear los problemas personales o familiares fuera de nuestra casa como norma de educación o se tuviera como algo ordinario y fuera de tono hablar de dinero o hacer ostentación de lo que teníamos o dejábamos de tener. 

Quejarse no estaba bien y menos en público y como por aquel entonces éramos muy religiosos siempre surgía la frase, ¡más sufrió Cristo en la cruz y nunca se quejó…! aunque mi hermano mayor más práctico decía;

- Dame una aspirina porque quejarme no me arregla.

También estaba mal en aquellas familias burguesas de los años 50 decir palabrotas o cabrearse hasta llegar a extremos que reflejó Alfonso Ussia en uno de sus libros de aquel Marques del Tajo de Hinojeras que encontrándose a su mujer en brazos de su nuevo chofer, tan solo supo exclamar ¡Que traviesa…! para después, claro está, despedir al empleado y contratar a un señor muy mayor!

Hoy las cosas han cambiado y el señor marqués se habría divorciado de su adultera mujer, publicado el caso en la prensa amarilla y cobrando por la exclusiva, no sin antes insultarla con lindezas como “mala pécora o pendón desorejado”.

Hoy los tacos y palabrotas están bien vistos, son graciosos en ciertas ocasiones, incluso son bálsamos contra el dolor, porque quejarse también está bien.

Así que he decidido que la próxima vez que me encuentre con mi enfermo espontaneo pienso decirle: ¡Coño M… desnúdate aquí mismo que vestido no puedo reconocerte…! y si lo hace por lo menos tendré un espectáculo gratuito y con un poco de suerte duerme en el cuartelillo por pesado.

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